Aventar la piedra y esconder la mano / Tres guineas - LJA Aguascalientes
15/06/2024

 

 

La cuestión por excelencia no es el error,

la ilusión, la ideología, la conciencia

alienada; es la verdad misma.

Foucault

 

En el fondo lo que a mí me interesaba no era entablar conversación, sino salir con él. Era atractivo. De eso se trataba, llegado el momento veríamos qué pasaba. Pero nada pasó, por fortuna. Habíamos comenzado a platicar de música cuando el tema giró rápidamente hacia Harvey Weinstein. Cada uno agregó información al caldero y lo meneamos hasta que la trama se volvió homogénea, lo que ya sabemos todos, los abusos sexuales. Ninguno de esos cabrones merece mi compasión, que se los cargue la verga a todos, espetó como si creyera que eso es lo que yo quería escuchar. Si a mí una chava viene y me dice que fulano abusó de ella yo mismo voy y le reviento la madre. Héroe, salió en defensa del género. Lo que pasa es que uno como hombre debe saber hasta dónde las chavas quieren llegar, si la morena quiere más, pues dale…

Cada cabeza es un mundo por más que nuestras costumbres e ideas se vean comprometidas en sistemas bien organizados, algunos tan fuertes que cruzan océanos para invadir mentes vírgenes. Civilizaciones enteras que en la diferencia tienen un punto en común: lograr la armonía y la buena convivencia entre su gente. Aunque siempre hay muchas piedras en el zapato que transgreden el derecho del otro. Los malos vecinos que no levantan la caca de su perro. Los compañeros de clase que se burlan porque no sabes. Los que no ceden el paso al peatón. Los amantes mentirosos. Las personas, pues, iguales, que sin distinción de blanco y negro, rico y pobre, hombre y mujer, sacerdote y ateo, todos juntos en la misma bandeja a fin de cuentas somos en diferentes grados unos culeros. Sin embargo, después de milenios invisibilizados y violentados, ahora la tendencia es considerar buenos por antonomasia a todos los grupos poblacionales que han sufrido discriminaciones por el simple hecho de ser; así cada uno de nosotros está jugando un nuevo rol en el mundo, el del empoderado, aquel que surge como ave fénix de sus cenizas.


Desprotegidos y vilipendiados por la historia algunos van por la vida con lo que mi abuela llama una cara de no quebrar ni un plato, cuando por dentro les corren alimañas capaces de hacer todo con tal de obtener atención o beneficios propios. Personas. Cuentan que un chico trans entró a trabajar a un pequeño almacén de zapatos. En temporada navideña la chamba incrementa, por lo que no soportó la carga laboral y decidió renunciar. La ley dice que cuando uno renuncia a su empleo también lo hace a una liquidación, cosa que el chavo no aceptó y decidió pensar que era discriminado por trans, y después de un escándalo el almacén se vio obligado a pagarle la liquidación, más otra suma como multa, que dejó sin aguinaldo al resto de los empleados, por la discriminación de la que asegura fue víctima. Nadie consideró que entró a trabajar a ese lugar sin peros. Que ahí lo respetaban. Eso nadie lo dijo. Fue más fuerte el peso de la violencia histórica contra esta comunidad. Dirán una de cal por las que van de arena. Pero no son los trans, son las personas.

En estos días que estamos atentos a ver quién es el siguiente famoso acusado de abuso sexual no nos hemos detenido a pensar qué estamos haciendo nosotros como espectadores. Es verdad que las mujeres, podría jurar que todas, todas, hemos sido acosadas de alguna forma en los diferentes círculos sociales. Todas sabemos lo que es sentirse menospreciada, abusada, agredida. Nuestra calidad de víctima de nacimiento nos orilla a no tener dudas de la otra, no nos lo podemos permitir. Aunque existen mujeres que mienten. Personas que mienten.

En mi paso como maestra en el Cereso Femenil conocí a mujeres que se sostienen en su inocencia: yo sería incapaz de hacer algo como lo que dicen que hice. Otras que aceptan su culpa al mismo tiempo que se justifican: lo maté porque me daba una vida de perro.  ¿Podría yo acaso hacer mi propio juicio contra ellas? Pero para cuestiones de credibilidad, no solo la cárcel. Hasta la fecha mi madre no me cree que vi cómo en el templo del barrio las señoras se disputaban entre miradas feroces, jaloneos y gritos ahogados el micrófono para leer el rosario. Pero cómo crees, si son almas de dios, lo que pasa es que les tienes mala fe porque como tú no crees en nada. Quién sabe qué define los discursos que hace funcionar lo verdadero y lo falso. Quién se encarga de decir lo que es verdadero.

Por supuesto que esto no se compara con una acusación de abuso sexual. Hombres que son señalados por otros hombres y mujeres de ser agresores a través de un post o un tuit, la nueva arma cargada de futuro, ya no reciben un juicio de ley, sino uno sumario de los espectadores que no se traduce a hacer justicia, que deja de lado el tema principal [en este mundo sigue habiendo víctimas de abusos y de impunidad], y que pasa de buscar la visibilización de este hecho repugnante al morbo. Como el morbo que genera que el novio señale de infiel a la novia, que la exhiba sin piedad en fotos íntimas, como venganza. Ahí estamos.  Sí me preguntó: ¿Habrá en las filas de las víctimas una sola persona siquiera que se esté colgando para obtener algún beneficio? No importa, dirán. En la guerra y en el amor todo se vale. Lo que sea necesario para destruir al agresor… aunque esto no ayude a las verdaderas víctimas, ni les ofrezca paz ni justicia, ni haga modificaciones al sistema para frenar la violencia. Lo que sigue es descubrir las nuevas tácticas de los agresores para continuar con el ciclo de abusos sin ser señalados. El mundo está listo para aventar la piedra y esconder la mano porque es más fácil indignarse que buscar justicia y soluciones y no dejar de presionar.

Nadie sería capaz de mentir en algo tan grave como una violación, pienso. En el 2014, la revista Rolling Stone buscaba una historia que fuera capaz de visibilizar la violencia sexual que se vive diariamente en las universidades de EU. Una violencia real de la que todos saben, como en Hollywood, pero de la que nadie dice nada. El artículo describía una violación en grupo de una estudiante en la casa de una fraternidad y acusaba a la universidad de tolerar y permitir una cultura que ignoraba la violencia sexual contra las mujeres. El tema se visibilizó y abrió el debate nacional sobre el acoso sexual en los campus universitarios. Hasta aquí todo bien. Para desgracia de todos, el reportaje no corroboraba información y solo respondía a las acusaciones sin denuncia legal ni pruebas de la alumna. La buena intención de visibilizar se fue a la borda cuando un jurado determinó que había inconsistencias en las declaraciones y un sesgo en la investigación por la condición de víctima. En este caso no había supuestos agresores visibles como Kevin Spacey o Harvey Weinstein, pero ronda el mismo principio: en los ataques y la furia inquisitorial se invisibilizó a las verdaderas víctimas, se deformó y restó importancia a un problema que es mundial, no solo universitario o de la farándula: las agresiones sexuales a niños, jóvenes, mujeres y hombres. Protocolos y análisis se detuvieron porque este caso en particular fue una mentira, por uno pierden todos, otra frase de mi abuela.  

Ahora que mencionar tres palabras en este caso está fuera de lugar: “presunción de inocencia”. En la era de la defensa de los derechos humanos no consideramos la presunción de inocencia a pesar de ser este por sí mismo un derecho humano. En el caso hollywoodense algunos de estos hombres ya tienen demandas oficiales en su contra, pero otros no. En el furor del escándalo solo han sido señalados sin pruebas. Pareciera que hoy, cuando las acusaciones fungen como pruebas, cualquiera puede venir a señalarme a mí o a cualquiera de una infamia, esconder la mano y bingo, eso será suficiente para creerle. Igual que les pasa a las mujeres en la cárcel que son abandonadas y señaladas por su propia familia mientras se dictamina su libertad e inocencia. Juzgadas por el grueso de la población que las espera afuera para verlas por encima del hombro, como si fueran un dios justiciero. Seres perfectos todos. Personas. Exigimos justicia pero sin aplicar la ley aunque la justicia selectiva no sea justicia.

Dos cosas: siguen violentándonos en el mundo y seguimos sin denunciar. Debemos denunciar porque solo así cambiará algo. No soltar la rienda. La cifra negra de no denuncias continúa creciendo porque no se ha incidido lo suficiente en esta cultura. Presionar a las instituciones. No creemos en ellas y lo mejor que tenemos para pensar la justicia es nuestra propia mano, castigar a los responsables con el escarnio público o en físico si podemos, sin pruebas ni investigación ni soluciones a las víctimas. Ya tenemos nuestros propios prejuicios morales con nuestros sistemas bien organizados, en nuestras comunidades, nuestras redes de poder que nos facilitan acceder a beneficios sin cuestionarnos, sin pensar en la realidad ni en lo que es verdadero o falso.   

Nada pasó. Lo que él creía como correcto lo dejaba ante mis ojos como un analfabeto funcional, encendido de indignación que solo le alcanzaba para lanzar consignas e improperios contra el sistema, ese que le puso una cerveza en la mano y pesos en la bolsa para pagarla, espero. Virtuoso, bueno, lleno de una conciencia social, tenía en su mente de hombre el señalamiento contra los otros, sin darse cuenta de que reproducía aquello que criticaba. Porque para qué vamos a denunciar, si las pinches autoridades nunca hacen nada, ¿verdad, morena? Y me puso la mano en el muslo. ¿Lo acuso?

 

@negramagallanes


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Tania Magallanes

Jefa de Redacción de LJA. Arma su columna Tres guineas. Fervorosa de lo mundano. Feminista.

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