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viernes, diciembre 5, 2025

Buenas para comer / Minutas de la sal

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Las flores son un pretexto literario. Así ocurre en Alicia a través del espejo de Lewis Carroll. En uno de los capítulos, las flores, un tanto desquiciadas, dialogan con la niña Alicia. Las flores son depósitos de simbología variada. Si se detienen un momento, podrán recordar que en más de un dibujo animado, serie o película se ha empleado la imagen de alguien comiendo flores como metáfora de la locura. Más de uno, con tono de sabiduría, le habrá dicho a un niño ¡hey, eso no se come! cuando la lengua del infante estaba a punto de saborear el arreglo de un 10 de mayo. Otros atesorarán la anécdota del tío borracho preparándose un bocadillo con las flores de los centros de mesa en una boda donde nadie sirvió los chilaquiles. Qué bueno que las flores no pueden hablar como en la obra de Carroll, aquí una cita:

¡Oh, lirio irisado! dijo Alicia, dirigiéndose hacia una flor de esa especie que se mecía dulcemente con la brisa. ¡Cómo me gustaría que pudieses hablar!
¡Pues claro que podemos hablar! rompió a decir el lirio, pero sólo lo hacemos cuando hay alguien con quien valga la pena de hacerlo.

Piénsenlo, si yo les extiendo una flor de lirio y les sugiero que la coman, sin titubear, me pondran cara de “esta mujer ya enloqueció”. En fin, la imagen la conocemos y no dudo que muchos tengan anécdotas floridas al respecto. Y espero que sean floridas sólo por ser graciosas, como las flores, y no como las guerras de los hijos de Huitzilopochtli que buscaban la regeneración, sí, de las flores y demás, vía el sacrificio de los prisioneros. Aprovechando que ya les traje la imagen de los corazones latiendo, quedémonos con la tonalidad de la sangre salpicada y hablemos de unas flores comestibles: los colorines. Yo los comía en casa de mi abuela. Cuando los árboles floreaban, ella se iba a cosecharlos a las calles de la ciudad. Los lavaba, los blanqueaba y los preparaba con huevo, en tortitas, para que luego flotaran en salsa verde. El plato era una maravilla. La paleta de colores era como una bandera.

Pero ahora yo no me animaría a cosechar colorines, pues vivo en el Distrito Federal. Sólo con imaginar que los mofles de los autos y la lluvia ácida alimentan a tan simpáticas florecillas, dudo sobre la calidad del manjar. Pero si seguimos al rojo, que ya no resultó bueno para comer, sí lo es para beber. Hablo de la rosa de Abisinia, mejor conocida en este país como flor de jamaica. Es incomparable en infusión, fría o caliente, en jaleas, salsas para carnes o jarabe para postres. En teoría, podemos beber agua de jamaica porque las flores que se comercian han sido alejadas de los pesticidas y otros químicos dañinos. Bueno, digo que es en teoría, no todas las presentaciones tienen el sello de orgánico. Esto es justo lo que necesitan las flores para ser un producto de consumo confiable.

E inclinándose sobre las margaritas, que estaban precisamente empezando otra vez a vociferar, les susurró:
Si no os calláis de una vez ¡os arranco a todas!
En un instante se hizo el silencio y algunas de las margaritas rosadas se pusieron lívidas.
¡Así me gusta! aprobó el lirio. ¡Esas margaritas son las peores! ¡Cuando uno se pone a hablar, rompen todas a chillar a la vez de una forma tal que es como para marchitarse!

Mas si el rojo les pareció un color violento, vámonos hacia el blanco, y tomemos unas flores de manzanilla, que siempre me han parecido la caricatura de una margarita. La infusión está asociada con el malestar estomacal, con el aclarado del cabello o con la limpieza de las mucosidades. Pero las flores, tal cual, pueden comerse.

Mi abuela también comía petalos de rosa, no era una excéntrica, sólo que en ciertas generaciones estaban clasificadas como ideales para colorear una ensalada o para la elaboración de postres. Algunos lectores seguramente habrán probado el helado de pétalo de rosa o sabrán que el agua de rosas se emplea en la panadería.

Basta de brebajes, pues las flores son buenas para comer, no sólo para beber. Entre las que son comestibles se encuentran el pensamiento, el crisantemo, la lavanda, el clavel y el diente de león. Se han consumido desde hace años en casi todos los continentes. Por supuesto, no recomiendo experiementar con las corolas de cualquier jardín que tengan a mano; algunas flores son venenosas o pueden provocar alergias. Lo mejor es buscar asesoría o paquetes listos para su consumo. Pero no todo está perdido, tenemos una a prueba de error: la flor de calabaza.

A veces creo que la chocantería de algunos niños se toparía con pared si descubren que pueden comer flores. Del sentencioso “come frutas y verduras” podríamos extender una invitación para una dieta más sana al comparar, por ejemplo, a los brócolis con arbolitos y a la coliflor con un ramillete. Mucho de lo que rechazamos es por prejuicio. Dicen que de la vista nace el amor, pero en lo que a alimentos se refiere, esto puede resultar aberrante. Piénsenlo: preferimos el color radiactivo de un condimento de queso artificial al radiante anaranajado de una flor, y elegimos el color oscuro y lodoso de un refresco de cola al rojo vibrante del agua de jamaica. Cierto, comer es cultura. Pero ésta no es estática, puede transformarse. Basta que alguien dibuje flores buenas para comer en el menú o en una obra literaria:

¿Y cómo es que podéis hablar todas tan bonitamente? preguntó Alicia, esperando poner al lirio de buen humor con el halago. He estado en muchos jardines antes de este, pero en ninguno en que las flores pudiesen hablar.

 

 

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