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viernes, diciembre 5, 2025

¿Qué más quieren? / Disenso

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Quienes me conocen saben que practico un escepticismo férreo: me da igual que se hable de ángeles, fantasmas, lectura de mentes, profecías o remedios milagrosos, todas esas nociones me resultan igualmente sospechosas, improbables y vacías. Por ello me despierta una gran curiosidad la necesidad que percibo en los que están del otro lado del espectro en desear que haya algo más que lo meramente físico: una vida ulterior, un alma trascendente, una magia que sustente todo: “No podemos ser sólo esto, DEBE haber un alma que sobreviva a este cuerpo mortal”. “DEBE haber un orden intencional, una inteligencia cósmica”. “DEBE haber cosas que no concebimos”. “¡DEBE haber ALGO más!”

Pondero que en estas frases se descubre, por sobre todo, un deseo en el que las profiere de que el mundo no sea sólo el que vemos, el que la ciencia poco a poco ha descifrado, que el cuento no se acabe aquí. Mi pregunta a todo esto es: ¿Y por qué habríamos de querer más? ¿No es esto suficiente?

Tal vez creer en el ratón de los dientes o en Santa Claus pueda resultar interesante para un niño de seis años. Tal vez -sólo tal vez- esa dosis de magia emocione a una psique infantil. Pero, en mi opinión, la revelación no debiera ser frustrante sino sorprendente: si un viejo gordo puede recorrer el mundo entero volando en su trineo tirado por renos en una sola noche o un ratón es capaz de fabricar o conseguir dinero y hacer de los dientes una actividad de lucro, seguramente entrar en las casas sin autorización es algo más bien menor ¿qué mérito hay, pues, en que logren colarse a nuestras habitaciones sin que advirtamos su presencia? En cambio, que los padres estén atentos a lo desean sus hijos, que adquieran los regalos, que hagan malabares por esconderlos, que esperen pacientemente a que el sueño atrape a los excitados infantes en plena Navidad y se escurran sin hacer ruido a poner los regalos bajo el árbol o que logren levantar delicadamente la almohada para el intercambio de monedas por dientes sin despertar al crío. Eso sí que tiene mérito. En realidad se vuelve más “mágico” cuando justamente no hay magia de por medio.

Hace un tiempo, mientras vivía en el extranjero, sostuve una extraña charla sobre telepatía. Luego de un soliloquio donde exponía las razones por las que la telepatía DEBÍA (con el clásico énfasis) existir, mi interlocutora preguntó (esperando un evidente “no creo”) mi opinión sobre el tema. Inmediatamente aclaré que la telepatía existía y no sólo eso, yo mismo la había experimentado innumerables veces. Extrañada me pidió mayor detalle: “telepatía”, del griego “τηλέ” (lejos) y πάθεια (sentimiento) designa al fenómeno de sentir o padecer lo que otro padece a lo lejos. En esa época, lejos de mi familia, sin mis amigos de toda la vida, las cosas se ponían difíciles de pronto. Sin embargo, un mensaje vía celular, un correo electrónico de algún amigo, la voz de mi madre por skype diciéndome “estamos contigo”, todo esto siempre logró tranquilizarme, cambiar mi ánimo, sentirlos acompañándome. “No tengo la mínima duda en que la telepatía existe”, concluí. Ella me miró confundida unos instantes y reclamó: “eso es trampa, eso no es telepatía, la telepatía implica… no sé… algo fantástico, algo más inmaterial”. No creo necesario ahondar en lo “fantástico” e “inmaterial” que es el internet. Pero, al menos a mi interlocutora, no pareció bastarle.

Tenemos el amor (aunque sea el equivalente a una sobredosis de chocolate y no la influencia del dios hijo de Afrodita) y nada le resta que sea un mecanismo evolutivo para azuzarnos a la procreación. La cosa suena interesante si decimos que hay una telepatía que “mágicamente” me permite pensar o sentir lo que otro siente por medio de “vibras” o lo-que-sea-que-sea- viajando por el aire, ¡qué aburridos los que pensamos que “sólo” son microondas transportando palabras, viajando… pues… por el aire!

Qué mágico eso de pensar que hay algunas plantas que curan enfermedades si ponemos sus pétalos en agua u olemos sus terapéuticas fragancias; simplistas aquellos que pensamos que la solución está en esos comprimidos como el que alivia gripas -antes mortales- y cura cefaleas gracias a un alcaloide extraído de la corteza de un árbol.

A nadie le parece fría la idea de un diseñador omnipotente asignando formas y funciones para los seres vivos. Insensibles y calculadores los que nos asombramos de que el devenir genético y las variables ambientales se hayan encargado de tallar una pasmosa variedad de insospechadas formas biológicas.

Creo que el mundo es ya suficientemente rico y misterioso sin abracadabras. Considero casi injusto desear más de la realidad. Hay tanta belleza en el mundo que no comprendo, de ninguna manera, el ansia de adelantar una existencia ulterior. Hay tanto asombro en el mundo que pondero abusivo suponer que algo más asombroso debe sostenerlo. Ya son muchos los aromas, los colores, las sorpresas, las texturas, los sonidos, las formas para embriagarnos de pura realidad ¿Qué más quieren?

 

facebook.com/alexvazquezzuniga

 

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