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viernes, diciembre 5, 2025

Líderes de opinión / Por mis ovarios, bohemias

Tania Magallanes
Tania Magallanes
Jefa de Redacción de LJA. Arma su columna Tres guineas. Fervorosa de lo mundano. Feminista.

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-¿Aquí contratan a los líderes de opinión únicos y diferentes?

-Sí.

¿Talento?

-Digo mucho la palabra “verga”.

-¡Contratado!

Lufloro Panadero

 

Para entender este lío usted debe saber quién es la Mars Aguirre, qué hace, cómo y con qué. Necesita saber de la entrevista con Adela Micha, leer la última columna de Tamara de Anda en El Universal y la respuesta de Arouet en la revista etcétera. Toda una tragicomedia.

Tamara defiende a la Mars de los ataques, el bully y la mala vibra que ha sufrido después de que ésta se pronunciara en contra del sistema y la escuela. Insulta a los odiadores de ambas y los manda al demonio.

Ambas son famosas. Tamara ya era conocida por la denuncia que interpuso contra un taxista que le gritó ¡guapa! en la calle. La aplaudo. En este país misógino y sin una cultura de la denuncia es muy fácil acosar y normalizar este tipo de violencia contra nosotras las mujeres, por lo que su denuncia y visibilización del acoso puso en discusión el tema.

Que si la Mars tiene derecho a decidir qué hacer con su vida. Lo tiene. Que si Tamara tiene derecho a escribir lo que quiera y como le dé la gana. También. En esta nueva, nuevísima era digital y con las plataformas al alcance, todos nos hemos convertido en opinadores. Somos lo que posteamos y tuiteamos. Nuestro valor o cercanía con las personas o con las causas son proporcionales, ante los ojos de los demás, a las veces que colgamos en nuestro muro algo en favor de [inserte aquí ideología o anime favorito]. Nuestra opinión vale más cuantos más retuits o likes tenga. Esos son los verdaderos líderes de opinión.

Debo señalar (ya me han acusado antes de falta de sororidad, como cuando dije que la Clinton, Merkel, Teresa Jiménez y Lorena Martínez, o sea, mujeres en el poder, no hacen ni madres por la igualdad de género, o cuando creyeron que debía solapar tonterías venidas de una mujer y no lo hice, así que ni modo) como buena opinadora, que el texto de Tamara me hace cosquillas no porque esté “mal escrito” -en algún lejano lugar hace muchísimo tiempo existió un tal Marco Valerio Probo, primer gramanazi de la historia, así que dejen de señalar semejantes tonterías, ya no hay lugar para otro más y de haberlo sería Arturo Pérez Reverte-, tampoco por su “radicalización” al decir “groserías”, en la cotidianidad  utilizamos estas palabras como una forma de catarsis, así que escandalizarse por eso es insulso; sino porque lo considero irresponsable y poco efectivo, porque coloca al discurso feminista -el feminismo que quieran, que para todas hay-, en lo más ramplón, fácil y simple, porque es evidente que está escrito por una chica progre, aunque a estas alturas todos somos progres, pero sin propuestas, perspectiva o análisis que amplíe el panorama de la postura no solo de la Mars, sino de miles de chicos que piensan igual que esta joven, una defensa tal vez sustentada si ya no en el individualismo, sí en una revolución por su identidad, desencanto o apatía por esta sociedad que les dejamos. Me hace cosquillas porque la autora no consideró la responsabilidad que como líder de opinión tiene al publicar al galope y en la inmediatez de la lectura y la respuesta. Los chicos como la Mars, o los millenials, tampoco merecen esta simpleza.

Tan falto de responsabilidad me parece, como cuando entre sus agravios habla del adultocentrista mundo en el que vivimos, por poner un ejemplo, de los pinches vejetes que han dejado su estela de mugre en el mundo, y redirecciona por completo este concepto tan importante como cierto, para minimizarlo: no es solo que un adulto le diga a los jóvenes y niños qué hacer o qué no, este México adultocentrista y mohoso es el que no le cree a niños que han sido violados y que a duras penas se atreven a revelar su sufrimiento; es el que no permite que una niña aborte el producto de su violación y menos sin la compañía de sus padres, a pesar de la norma 046; es este México el que omite la explotación infantil y concede permisos porque la pobreza está cabrona (uh, catarsis) y hay que ayudar con el sostén de la casa. Ese adultocentrismo es el que avala el diputado Morquecho, en el Congreso de Aguascalientes, para querer impedir que los niños tengan educación sexual en las escuelas. Dejar el concepto junto al vituperio y amparado en el culto al sentido del humor lo simplifica y reduce la lectura de su texto a mero blablá. Imaginemos que tratamos de convencer a nuestras abuelas y tías de que los derechos humanos son para todos. Las mías antes me pegan con su bastón que dejarme terminar una frase catártica. Y si mi ejemplo es demasiado geriátrico y terminan diciendo que no importa que nos entiendan, que no se nos olvide que muchas de esas abuelas y tías son las que apoyan al Frente Nacional por la Familia, en donde no hay diálogo y sí mucha intolerancia.

So, a las redes sociales les encanta hacer personajes famosos, ahí están las dos y el texto de Arouet que mencioné al inicio. A este otro opinador posmoderno -ya dije que todos lo somos- le pareció más fácil reproducir lo que hizo Tamara para atacarla que pensarlo dos veces o tres. Utilizó las mismas palabras y la misma idea para intentar contradecirla y colocarse en el lado de “los virtuosos”, de los chidos buenpedo que sí hacen “el esfuerzo intelectual” que menciona, pero que no vi en su texto acompañado de algún señalamiento claro o propuesta, en el que al final se muestra más enojado porque Tamara nos mandó a todos a la verga. También le bastó poseer un espacio, una plataforma, ser líder de opinión, para la inmediatez, para sentirse el poseedor de la verdad.

¿Qué papel jugamos los lectores y opinadores de redes? ¿Los receptores del mensaje, los emisores? Es evidente que seguimos siendo parte de un proceso digital comunicativo, aunque ahora somos nuestro propio mensaje. Qué fácil sería pensar que si no nos gusta lo que vemos o leemos en este infinito ciberespacio, no lo compartimos, no potencializamos la palabra del otro a menos que entablemos una deliberación, un diálogo fructífero y responsable donde no forzosamente estemos de acuerdo en todo, pero que nos permita pensar las cosas desde varias posturas, plantearlas, visibilizarlas, como lo hizo Tamara antes con el tema del acoso.

El consumo masificado de la misma información que nos compartimos todos los días, no nos autoriza a solo llevarle la contra a la “masa odiante pendeja” para variarle. Nuestra identidad social a través de las redes, de los textos, de nuestras palabras sin una carga ideológica o política e irresponsable nos coloca en esa masa.

Qué privilegio tenemos nosotros al poder ser opinadores en periódicos, revistas, o al menos en nuestros muro de Facebook, porque a otros no les alcanza gritar o levantar la voz para ser escuchados y defenderse.

Y como buen adulto, cierro mi opinión con un texto conciso y respetable que refuerce y dé validez a mi argumento:

“Yo opino que opinar es necesario, porque tengo inteligencia y por eso siempre opino. Yo opino que si opino un pensamiento que me venga a la cabeza hago crítica social. Yo opino de lo humano y lo divino, y a veces digo con tino: mi opinión es opinar. Yo opino que el gobierno está en lo cierto y también equivocado dependiendo de qué lado. Yo opino con criterio y elocuencia y jamás pido clemencia si me acusan de demencia. Yo opino porque leo bien los diarios y los leo diario a diario para seguir opinando. Yo opino sin saber leer ni escribir, nunca sé de lo que opino pero soy buen opinante. Yo opino con respeto a su persona y mi vida yo daría defendiendo su opinión.” Joe Pino.

 

@negramagallanes

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