Existen muchas maneras de agrupar a los seres humanos. Las identidades grupales o sociales han sido y parecen seguir siendo importantes para las personas. Lo son quizá porque forman parte del entramado que hoy en día da sentido a las identidades personales de quienes se consideran parte de un grupo. Constituyen una especie de marco de referencia que sitúa a los individuos en el mundo social. Adicionalmente, dichas identidades de grupo permiten a las personas saber cómo actuar con otros y les dan expectativas de cómo desean ser tratadas. No obstante, las identidades grupales pueden ser dañinas o positivas socialmente. Algunas nos exigen agrias lealtades, otras podrían fomentar la cooperación. En cualquier caso, se requiere una reflexión profunda y analítica de cuáles identidades pueden ser contraproducentes y cuáles pueden fortalecer el tejido social.
En particular, existen buenos argumentos para defender que las diversas identidades que apelan a la raza, etnia y nacionalidad son inexactas, ininteligibles e inmorales. Los argumentos al respecto pueden agruparse en cinco grupos: políticos, morales, fácticos, epistémicos y pragmáticos.
Desde un punto de vista político, la raza, la etnia y la nacionalidad son identidades grupales que pueden minar los fundamentos de la democracia. La llamada “política de la diferencia” defiende, por el contrario, que dichas identidades deben tener un espacio público y no sólo privado. Es decir, uno debería actuar políticamente como miembro de un grupo y no como individuo. Sin embargo, la política de la diferencia trastoca la vida política y la convierte en una lucha de lobbies grupales. Como afirma Jorge J.E. Gracia: “la afirmación de la identidad racial y étnica en el cuerpo político socava la democracia y deriva en un sistema en el que a fin de cuentas el poder es el que determina la justicia, ya que esta postura se traduce no sólo en la tolerancia de los diferentes fenómenos sociales, sean estos culturales o conductuales y que dichos grupos consideren esenciales para sí mismos, sino que también se manifiesta en la preservación activa y el fomento de los grupos como tales. Los recursos de la nación, por lo tanto, son empleados para estos fines, siempre y cuando los diversos grupos cuenten con el suficiente peso político para asegurar los medios que apoyen sus actividades”. Adicionalmente, el caso de la nacionalidad no responde a la realidad política actual, en la cual las relaciones entre distintos pueblos son cada vez más cercanas. Así, la noción misma de soberanía se ha convertido en un arcaísmo que deberíamos erradicar.
Desde un punto de vista moral, el empleo de nombres y conceptos raciales o étnicos resulta perjudicial para algunas personas dentro o fuera de dichos grupos. Algunos nombres raciales y/o étnicos suelen tener connotaciones negativas; otros privilegian injustamente a algunos grupos por encima de otros; otros perpetúan la situación de inferioridad y dominio en la que ciertos grupos se encuentran inmersos; otros contribuyen erradamente a la homogenización de los grupos a los que se refieren, ignorando tanto las diferencias entre los subgrupos dentro de los grupos como las peculiaridades de los individuos que pertenecen a dichos grupos; otros suelen ser impuestos, lo que refleja el ejercicio arbitrario de poder por parte de unos sobre otros; y otros han sido muy dañinos, pues han sido causa de guerras, destrucción y conflictos. Con respecto al empleo de ciertas clasificaciones nacionales, éstas colocan a algunas personas debajo de otras e identifican a ciertas personas con rasgos indeseables. Así, en algunas ocasiones, la distribución de los seres humanos en naciones está al servicio de las élites dominantes; en otras, incluso la soberanía limitada que en nuestros tiempos es concedida a las naciones da pie a crímenes aterradores; y en otras, el reconocimiento de las obligaciones nacionales puede entrar en conflicto con los deberes universales.
Desde un punto de vista fáctico, el empleo de categorías raciales, étnicas o nacionales suele ser inexacto, reducido o distorsionado, al punto de que dichas categorías parecen no nombrar realidades existentes. Hoy, la evidencia científica respalda la conclusión de que la raza no es una realidad biológica, es decir, se trata de un constructo humano. Por su parte, los términos y categorías étnicos homogenizan a los grupos a los que se refieren, ignorando tanto las diferencias entre los subgrupos dentro de los grupos, así como las idiosincrasias individuales. Así, pensar en términos étnicos distorsiona la realidad, en tanto que las nociones étnicas se basan en estereotipos. ¿Qué características relevantes comparten los llamados ‘hispanos’ en Estados Unidos más que un ignorante estereotipo? Por su parte, las nacionalidades son artificiales y cambiantes, pues ¿qué son las naciones sino entidades artificiales cuyos límites son el resultado de eventos históricos contingentes?
Desde un punto de vista epistémico, muy relacionado con el fáctico, al no haber realidades raciales, étnicas y nacionales a las cuales hagan referencia nuestros términos y conceptos, parece igualmente complejo decir que es posible disponer de criterios (al menos criterios claros y definidos) mediante los cuales afirmar que individuo pertenece a una raza, a una etnia o a una nación. Así, con base en la falta de criterios claros e inmutables para distinguir a las razas, los grupos étnicos o las naciones, no tendríamos un modo efectivo de conocerlas o de conocerlas con claridad y certeza.
Por último, desde un punto de vista pragmático, como sostiene Jorge J.E. Gracia: “Resulta evidente que la división de los seres humanos en grupos raciales, étnicos y nacionales no ha dado buenos resultados, y la eliminación de dichas clasificaciones y sus correspondientes grupos a través de la asimilación beneficia a las personas en cuestión, pues en aquellos lugares donde ha tenido lugar la asimilación los grupos menos desarrollados mejoran y el grado de conflicto en la comunidad disminuye. En pocas palabras, dado que la asimilación funciona y la segregación no, entonces deberíamos hacer todo lo posible con tal de implementar la asimilación”.
¿Es posible y deseable seguir agrupando a los seres humanos bajo categorías raciales, étnicas y nacionales? Una posibilidad es construir un nuevo sentido de estos conceptos que haga frente a los argumentos expuestos. Otra posibilidad sería abandonar paulatinamente estas categorías, admitiendo que son inexactas, ininteligibles e inmorales. Su abandono no implicaría el abandono total de las identidades grupales, sino la aceptación que estas identidades grupales particulares son dañinas en diversos sentidos. Es un reto importante para este joven siglo dar respuesta a estos cuestionamientos.
*Para seguir leyendo. Dos libros que abordan perspectivas distintas de estos problemas son Surviving Race, Ethnicity, and Nationality: A Challenge for the 21st Century, de Jorge J.E. Gracia (cuya traducción al castellano será publicada próximamente); y Las mentiras que nos unen. Replanteando la identidad, de Kwame Anthony Appiah (recientemente traducido al castellano y publicado por Taurus).
mgenso@gmail.com | /gensollen | @MarioGensollen




