El arte de la miniatura, en sus diferentes manifestaciones, ha acompañado a la civilización. Ha estado presente en la pintura, la escultura y aun en la palabra escrita -en las sentencias, las parábolas y en la actual minificción. Pero ante todo, la miniatura ha reinado en el ámbito de los niños bajo la forma de juguetes. Curiosamente, la historia tiene registro de juguetes comestibles como el hombre de confitura, los monumentos de azúcar y las figuras de pan y miel que Walter Benjamín describe en su Historia de los juguetes. Estos objetos guardan relación con nuestras figuras de alfeñique -muy populares en el Día de Muertos- o las figuras de chicle que solían venderse en las fiestas patronales en algunos estados de nuestro país.
Este 28 de diciembre se celebrará otro Día de los Santos Inocentes, por ello hablo de niños, confites, juguetes y miniaturas. Hay mucho de la palabra infancia en esta festividad, aunque con tintes de alto contraste: por un lado existe la tradición de hacer bromas, y por otro se conmemora el asesinato de niños bajo el mandato de Herodes. Históricamente este hecho no se ha comprobado; pero no hace falta para negar el nicho que siempre tiene la muerte niña.
A veces creo que lo único que ha quedado del 28 de diciembre es esa expresión: inocente palomita. Antiguamente, la tradición dictaba evitar prestar cualquier bien ese día, ya que la propiedad no regresaría a nuestras arcas. En compensación a nuestra distracción, recibiríamos a cambio un juguete miniatura: un juego de té, de plata o plomo, herramientas, ollas, cazuelas, molcajetes, etc. La brevedad del regalo se acompañaba con un papel en el que se leía un refrán: “Inocente palomita que te has dejado engañar sabiendo que en este día nada se puede prestar”. En algunos casos, el objeto secuestrado se regresaba el 2 de febrero, día de la Candelaria, junto con dulces y el siguiente refrán escrito: “Herodes, cruel e inclemente, nos dice desde la fosa, que considera inocente al que presta alguna cosa”.
Nuestro 28 de diciembre tiene su equivalente en el mundo sajón: el primero de abril, April’s Fool. Esta fecha era el año nuevo antes de guiarnos por el calendario Gregoriano y era ocasión de intercambiar regalos. Ambas festividades tienen en común el festejar vía la broma inocente.
Pero nuestras inocentadas del 28 de diciembre son también los ecos de la otrora Fiesta de los Locos (Fête des Fous), que se celebraba dentro de una iglesia y consistía en llevar a cabo una liturgia burlesca. Fue prohibida en 1450. La simbología del loco, en la Edad Media, nos muestra a un hombre que se ayuda de su sinrazón para evitar cualquier represión o el deber de seguir las reglas. Acaso sea el papel del adulto más cercano a la infancia perdida.
Bien mirado, el regalo de miniaturas, costumbre ahora olvidada, podría representar la fusión cultural de la Fiesta de los Locos del medievo y el tétrico los Santos Inocentes. En casi toda la historia de la civilización, los juguetes fueron miniaturas de lo usado en el mundo de los adultos. De manera diminuta se enseñaban los roles; el mundo dividido entre niñas y niños, entre casitas de muñecas y arcos y flechas o espaditas. La miniatura es la voz del homo ludens propio de la infancia y del permitido en una festividad que la iglesia tachó de excesiva y pecaminosa por lo cual fue cubierta con un manto de luto, como se cubre al cristo en Viernes Santo. Pero a veces el sincretismo se niega a sepultar el origen. Y queda la broma, la risa, la mueca de los adultos niños repitiendo el refrán.
A veces se antoja reinventar las fiestas: el 28 de diciembre debería ser para recuperar a la infancia, su simplicidad, su limpieza, la posibilidad del asombro y el poder de poseer un todo sobre la palma de la mano, como ocurre con una miniatura, que al ser también comestible nos permite la posesión última.
Se puede alimentar la retina y entretenerla con la maravilla de las miniaturas. Como recomendación, vayan y busquen en la red a Stéphanie Kilgast. Descubrirán un delicioso arte en miniatura: el de la comida, ya sea para casa de muñecas y aun como bisutería. La autora lo ha nombrado Petit Plat (plato pequeño). Existe todo un mundo alrededor de este término. Cabe señalar que las piezas no son comestibles, pero como consuelo podemos recurrir a las figuritas de mazapán propias de esta época de fiestas mientras jugamos con nuestro niño interior.




