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viernes, diciembre 5, 2025

Ruido / Por mis ovarios, bohemias

Tania Magallanes
Tania Magallanes
Jefa de Redacción de LJA. Arma su columna Tres guineas. Fervorosa de lo mundano. Feminista.

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Tomo el teléfono al despertar para leer las noticias. Antes de dormir también. Todo el día, a todas horas.

Creo no estar sola cuando digo que el teléfono e internet se han convertido en una extensión de mí para estar en contacto con las personas y conocer el mundo de afuera. En esta nueva forma de comunicación digital me pierdo de todos los beneficios que puedo obtener cuando me enfoco únicamente en cómo construyo mi ciberespacio y la información que me hago llegar.

He caído en el exceso del pesimismo. En últimas fechas rara es la vez que envío o contesto un mensaje a mis amigos. La interacción por chat ya me parece triste porque muchas de las veces ni siquiera es una conversación sino el más puro intercambio de señales de vida. Gif, link, emoticón, te leo luego. Las prácticas y discursos sociales a través de las redes han cambiado por completo la interacción con mi mundo real y ya no soy ni por asomo un emisor o receptor tradicional. Nadie que se sirva y tenga el privilegio de la cibermodernidad lo es. Parece que en estos tiempos la vertiginosa cantidad de información que encontramos en línea incidiera con más fuerza en la comprensión y percepción de nuestro mundo como para volvernos, en un esquema comunicativo, solo el producto o resultado. La realidad se nos ha quedado corta. Te juntas con la gente a hablar y el tema está en las redes sociales, las noticias del mundo, las nuevas tecnologías, las fotos de la boda que viste en Instagram a la cual no fuiste invitado porque ya no convives.

Creo que esto fue lo que hizo que me afectara tanto el odio vertido en las palabras de la gente de Aguascalientes ahora con el conflicto de Cañada Honda. Leer el clasismo y la misoginia de tantas personas no me hizo bien pero peor fue darme cuenta que tras esto había motivaciones profundas del gobierno para deslegitimizar el movimiento normalista, un discurso controlado y seleccionado que fue distribuido en el contexto de redes sociales y llevado hasta la agresión física en el mundo real. Aunque no sé qué me hace pensar que las redes no son reales si ahí vivimos ya, si desde ahí se ejerce violencia, poder, coacción, si ahí aprendemos una nueva forma de amar, de sextear, de conocer, si ahí se demuestran amor los que buscan enseñarlo al mundo.

Por supuesto que leí cómo una mujer desesperada prefirió suicidarse y envenenar a sus hijos antes que entregarlos a un agresor. También me dolí por Valeria, la niña de 11 años violada y asesinada en una combi. He estado al tanto de los suicidios de mi estado, de los feminicidios del mundo, de los ataques terroristas, de Trump. Ninguna de estas noticias compartí en mis redes. No logro descifrar hasta qué punto es informar a otros, compartir mi dolor y desasosiego, ser protagonista de una urgente catarsis, o parecer omisa ante tanta desgracia. ¿Cómo transformo la rabia?

¿De qué sirve tanta información terriblemente repetida si no cambia el mundo? ¿Qué hay de positivo si ya no solo somos partícipes, sino el resultado de la violencia? ¿Nos leemos para entendernos, acaso? ¿Hacemos algo más que compartir noticias o información? Las cosas que decimos o escribimos, la forma de procesar y rechazar o asimilar información, de llevar las palabras a los hechos, de enviar un mensaje. ¿Dónde está la gente allá afuera? ¿Los vecinos, la familia, los amigos? ¿Cómo construimos la realidad a partir de las redes? ¿Y si salimos y vamos por un café? ¿Cómo hacemos ruido para llevar el mensaje?

 

 

@negramagallanes

 

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