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viernes, diciembre 5, 2025

Democracia y laicismo/ Memoria de espejos rotos 

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Mucho se ha hablado de cómo la permanencia y la garantía de que exista y prevalezca el estado Laico es un factor determinante en la existencia de las democracias y de la vida civil. El Estado Laico; es decir, el arreglo del ejercicio del poder, y de la configuración del estado nación, que excluye toda simbología, práctica, o discurso ligado a cualquier credo de fe religiosa, es indispensable para la concatenación de democracia, libertades civiles, derechos humanos, y estado de derecho.

Si el Estado Laico falla, lo demás tiende a fallar en cadena, y comienzan a exaltarse los valores totalitarios y fascistoides desde el poder. Vemos, por ejemplo, el ascenso de las diversas expresiones del cristianismo político en países como Brasil, Estados Unidos, o Rusia, sólo por mencionar algunos; en los que el discurso, los símbolos, y las prácticas de gobierno están ligadas a estamentos de credo religioso. En esos países los derechos humanos padecen y la vida civil peligra.

Esto se ve en, digamos, el occidente cristiano; pero basta mirar al medio oriente musulmán para entender cabalmente el peligro de mezclar el ejercicio del poder político desde el estado, con el ejercicio del poder religioso. Ahí, en el medio oriente musulmán, los derechos humanos de las poblaciones con diversidad sexual, de las mujeres, o de quienes no se alinean a las creencias religiosas del poder, peligran constantemente, y con ello se imposibilitan la democracia y la vida civil.

¿Qué mecanismos operan para que, desde el poder, se enarbolen discursos, símbolos, o prácticas religiosas? Básicamente, dos: o el entramado institucional, jurídico, político, y administrativo está –de origen- vinculado al entramado burocrático de una institución religiosa, porque –desde la concepción del armado estatal- se planteó esta indivisibilidad entre el credo y el poder político, lo que implica una concepción teocrática del Estado; o el Estado no es una teocracia institucionalizada, pero –de facto- tiene rasgos que la asemejan a una.

Si es una teocracia, es un Estado planteado y concebido para excluir conceptos como democracia, civilidad, equidad de género, o derechos humanos; especialmente las teocracias del bloque judeocristiano: judaísmo, catolicismo, cristianismo evangélico, e islam. De hecho, todavía no nos hemos inventado una religión o una divinidad cuya liturgia implique el respeto irrestricto de los derechos humanos. Caso excepcional es el de The Satanic Temple, una iglesia paródica que basa su práctica en las libertades civiles y los derechos de las personas. Si quiere más información, ese tema apareció en este mismo espacio.

Sin embargo, en los estados que nominalmente no son teocracias (o –peor aún- que nominalmente son repúblicas o democracias) ¿cómo es que operan los rasgos teocráticos? Básicamente por tres razones: o quien gobierna cree que su dios le ha impuesto la misión de llevar su ministerio al poder público, lo que implica dudar de su salud mental y capacidad de gobierno; o quien gobierna ve en la impostura teocrática un modo de dominar a amplios sectores de ciudadanos religiosos y crédulos, lo que sucede –por ejemplo- en los populismos; o, quien gobierna, mezcla estas dos anteriores de manera cínica. Como fuese, el rasgo teocrático es atroz.

Que el poder se ejerza con la finalidad de preservar valores religiosos es una amenaza, por muy nobles y loables que esos valores religiosos puedan parecer a primera vista. El poder político, si aspira a ser democrático y civil, debe deslindarse de todo artificio de credo y de fe. Debe ser laico y ateo, para así poder garantizar la equidad de derechos y libertades para todas las creencias, y para todas las personas. Que desde el poder se enarbole una postura religiosa, es una amenaza para todas y todos, incluso para los mismos creyentes de la fe que se presume desde el poder.

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@_alan_santacruz

/alan.santacruz.9

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